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lunes, 28 de julio de 2008

Dimensión educativa del cuidado de las personas con enfermedades crónicas

Reflexionar sobre las enfermedades no transmisibles en su seguimiento a largo plazo y como situación de aprendizaje nos lleva indefectiblemente a discutir las premisas, desafíos y derivaciones de nuevas prácticas que centren su atención en la persona y no en la enfermedad

Si un rápido diagnóstico y terapéutica acertados pueden ser suficientes ante una situación aguda de salud, muy diferente es con los enfermos crónicos, donde el diagnóstico implica cierta frustración y el tratamiento descansa en gran medida en su destreza y motivación, lo cual impone una situación de aprendizaje y, por tanto, nuevos desafíos a la gestión del cuidado. Para prevenir es importante el diagnóstico de salud de la comunidad y el carácter interdisciplinario e intersectorial de los programas de promoción y educación para la salud. Se impone en los proveedores de salud un “saber hacer” donde no basta la actualización clínica, son necesarias determinadas destrezas para ser eficaces en la situación de aprendizaje. Se requiere desarrollar estilos de vida y ambientes saludables; la unidad indisoluble de la gestión de cuidados y educación. Se plantea que el seguimiento a largo plazo impone un paradigma de cuidado diferente que fuerza a los proveedores de salud a sobrepasar la visión fisiológica del órgano dañado para centrarse en el hombre enfermo y ayudarlo a transitar por la vida sin minusvalía innecesaria y sin suplir el papel activo que éste debe desempeñar ante el desarrollo de su estado de salud.
DeCS: ENFERMEDAD CRÓNICA; EDUCACION DEL PACIENTE; PROMOCIÓN DE LA SALUD; EDUCACION EN SALUD.
Al afrontar la situación de salud de los adultos a comienzos del milenio, se encuentra que las necesidades han cambiado influenciadas por fenómenos ambientales, demográficos y socioculturales. El envejecimiento demográfico de la población, la rápida industrialización y urbanización, la tendencia decreciente de la fertilidad y el incremento de la esperanza de vida al nacer han modificado las situaciones epidemiológicas, han colocado a las enfermedades no transmisibles (ENT) como la mayor prioridad de este sector poblaciona e imponen una atención específica, tanto en la definición de sus prioridades como en el diseño de los programas de acción.

La presencia de una ENT conlleva el seguimiento a largo plazo, exige un modelo de atención que difiere esencialmente del modelo de acción médica para afrontar las situaciones agudas3 e implica una dimensión educacional que se ha mantenido a la zaga cuando la comparamos con el desarrollo de los factores de prevención y de cuidado clínico.

¿Cómo abordar este problema de las enfermedades de larga duración desde su perspectiva diferencial de situación de aprendizaje?


El seguimiento a largo plazo. Premisas teóricas y desafíos que impone

Prevenir y curar son los componentes esenciales del acto de cuidar.La prevención puede tener un carácter primario cuando se dirige a evitar la enfermedad, o un carácter secundario y terciario cuando actúa en grupos de riesgo o en personas enfermas para evitar las complicaciones.

Evitar la aparición de la ENT es un desafío que antecede al cuidado e involucra la competencia profesional, las políticas de salud y el modo de vida de la comunidad.

La educación en salud, interacciona de manera directa con las acciones de prevención primaria y secundaria, y resulta fundamental para lograr que los individuos modifiquen sus comportamientos no sanos. Es ante todo el conjunto de acciones comunes de participación, para transformar los procesos individuales que amenazan la salud o para reforzar aquellos que disminuyen los problemas de enfermedad.

La promoción de salud es aún más amplia. Se dirige a animar procesos para remover limitantes del bienestar humano, facilitar que las personas logren todo su potencial en cuanto a la salud y disfruten de la máxima calidad de vida que esté a su alcance.

Los programas de promoción y de educación para la salud, resultan imprescindibles para afrontar el desafío de la prevención de las ENT en poblaciones de riesgo y en aquellas acciones dirigidas a fortalecer a la población supuestamente sana para verificar, acrecentar y mejorar su estado de salud.

Una vez instalada la enfermedad, el seguimiento a largo plazo plantea un nuevo desafío. Si el cuidado clínico basado en un diagnóstico acertado y la selección de una terapia adecuada pueden ser suficientes ante una situación aguda y dependen, principalmente, del desempeño profesional del médico, una situación muy diferente se establece ante la presencia de una ENT cuyo desarrollo clínico está muy relacionado con los comportamientos y estilos de vida y que impone afrontar determinadas exigencias terapéuticas que descansan, fundamentalmente, en las decisiones que la persona asume ante su cuidado diario.

Ante una ENT, todo enfermo debe ser capaz de participar activa y responsablemente en su plan terapéutico, de adiestrarse para los ajustes necesarios según las diferentes situaciones de la vida diaria, además de saber identificar los signos de alarma que anuncian la posible aparición de una descompensación o situación aguda y actuar en consecuencia, lo cual implica otros desafíos que involucran a varios elementos y acciones del Sistema de Salud.

Desde el punto de vista de la promoción y de la educación para la salud, ambas pueden ser desarrolladas desde cualquiera de los diferentes puestos de trabajo y perfiles profesionales en el campo de la salud, pero imponen el desafío de lograr la comunicación interdisciplinaria e intersectorial programada desde y hacia la comunidad, pues allí donde el hombre vive y trabaja es donde desarrolla salud o enferma. El diagnóstico de la situación de salud de la comunidad se constituye en el elemento idóneo, tanto para identificar los principales problemas, riesgos, comportamientos y creencias de salud como para evaluar la eficiencia de las estrategias de intervención introducidas.

Desde el punto de vista de los proveedores de salud, la prevención y atención de las ENT implican un modelo diferente de la relación del profesional de salud con la enfermedad, donde el primero no dirige, interviene y controla directamente el tratamiento sino que establece un contrato terapéutico con el enfermo en quien recae, en gran parte, la responsabilidad del cumplimiento y ajuste diario de sus exigencias. Este hecho impone una situación de riesgo para ambos y exige un "saber hacer" en el cual el enfoque biosocial, las destrezas en la comunicación y las técnicas de enseñanza/aprendizaje resultan tan necesarias como la actualización clínica; un "saber hacer" en el que no basta identificar cómo piensan y actúan estos enfermos sino que es necesario desentrañar por qué lo hacen de esa manera. Hay que fortalecer el conocimiento médico con habilidades de otras disciplinas de la conducta para ser eficaces en la formación de un paciente capaz y responsable ante la enfermedad y para enseñar a controlarla sin afectar el bienestar general de estas personas. Bien sea en el diálogo entre el Proveedor de Salud y el enfermo durante la consulta médica, en una sesión de aprendizaje práctico o en la discusión de grupo, el proveedor de salud debe enseñar y el enfermo debe aprender a CUIDARSE. Si esto fallara, cualquier avance terapéutico resultaría ineficaz. Cada contacto entre los proveedores de salud y los enfermos de larga duración siempre lleva –explícita o implícita– una situación de aprendizaje.

Desde el punto de vista del enfermo y sus allegados, mientras la situación aguda de salud impone a la persona un suceso generalmente rápido, doloroso y molesto, un descansar en la competencia profesional del proveedor de salud, una actitud pasiva y paciente; la presencia de una enfermedad crónica ocupa toda la vida y requiere una persona activa y responsable ante su cuidado diario, capaz y formada – más que informada – sobre los requerimientos de su enfermedad. Formar, convencer, motivar y fortalecer a las personas con ENT para que participen activamente en su tratamiento; aprendan a acoplar las posibles limitaciones de su enfermedad con su actividad diaria y se motiven para afrontarlas uno y otro día es el objetivo específico de la Educación Terapéutica –una disciplina mucho más reciente y de carácter más particular– que entra en juego cuando la ENT ya está instalada, el seguimiento a largo plazo es requerimiento mandatario y el fin último de las acciones de salud se dirige a disminuir las crisis agudas y la aparición o desarrollo de las complicaciones a largo plazo.

Por último, y no por ello menos importante, desde el punto de vista de las políticas y estrategias de salud, la oferta y calidad de los servicios está supeditada, en primera instancia, a la decisión política y capacidad económica de los estados. En segunda instancia, al interior del Sistema de Salud, las prioridades que establezca y los recursos que dedique a afrontarlos. De acuerdo con la primera instancia, la protección de la salud del sector adulto requiere un equilibrio armónico y una distribución equitativa entre el desarrollo de las políticas de salud y el desarrollo global de la sociedad. Hacia el interior del Sistema de Salud, si bien de manera general, el enfoque biosocial, las acciones de promoción y educación en salud, y la más reciente incorporación del modelo de seguimiento a largo plazo y Educación Terapéutica, han ido ganando espacio en las últimas décadas, aún queda un largo camino por recorrer, donde los princi-pales desafíos a afrontar se pueden resumir en:
• Poca convicción de los políticos de salud respecto al papel que desempeñan las acciones de promoción, educación sanitaria y la educación terapéutica en la solución de este problema de salud.
• Escaso prestigio científico de estas disciplinas en el campo de las Ciencias de la Salud. Poca importancia del tema dentro de la formación de pregrado y posgrado y escasa integración de los principios y métodos de las Ciencias Sociales, los cuales, hasta el momento, sólo han tenido una presencia marginal, controlada, supeditada y externa.
• Temor a la posible pérdida de autoridad o descrédito del profesional de la salud frente a un paciente educado.
• Definición de quiénes pueden ser los encargados de desarrollar los programas de promoción y aquellos de educación terapéutica y creación de cursos, diplomados y maestrías en la materia a fin de superar la escasa disponibilidad de recursos humanos capacitados y motivados para desarrollar estas actividades.

Derivaciones prácticas de estos desafíos
La primera derivación práctica es, precisamente, la necesidad de transitar del modelo de atención de situación aguda hacia el paradigma alternativo del seguimiento a largo plazo en situación de aprendizaje.

La segunda sería la convicción de que satisfacer estos desafíos requiere del planteamiento e implantación de programas de promoción y educación terapéutica que, junto al cuidado clínico, contribuyan a disminuir la prevalencia e impacto de las ENT en la población adulta.

En tercer lugar, habría que delimitar cuáles son las características o reque-rimientos que deberían reunir estos programas para considerarse apropiados a los objetivos que se plantean. Si se parte de las demandas intrínsecas del problema de salud y de sus exigencias prácticas, se constata que el programa de acción debe superar el enfoque estrictamente biomédico. Puesto que factores ambientales, socio – económicos y culturales influyen en el problema, las investigaciones encaminadas a delimitarlo y las acciones dirigidas a disminuirlo requieren una formación profesional holística, que aborde al hombre integralmente y con una intervención interdisciplinaria que se nutra de los conocimientos de las Ciencias Biomédicas y de las Ciencias Sociales como recurso metodológico central.

Los programas de Promoción de Salud fijarán su atención en impulsar estilos de vida y ambientes saludables. Los programas de atención integral a personas con ENT serán concebidos en la unión indisoluble de cuidados y educación terapéutica y exigirán una capacitación particular de los proveedores de salud. Los programas de Educación Terapéutica enfatizarán un “saber hacer” apropiado para el cuidado diario. El enfermo deberá aprender a tratarse y a reorganizar su vida adaptando su tratamiento a las variaciones de su vida cotidiana.

En este contexto, las exigencias del cuidado diario –de un lado– y el individuo con sus necesidades reales y sentidas –por el otro– constituyen los dos polos contrapuestos de un mismo problema y representan el mayor desafío de la situación de aprendizaje.

No obstante, cuando se hace un análisis detallado del desarrollo convencional del cuidado y educación de las personas con ENT, de manera general se encuentra que:
• La acción está centrada, fundamentalmente, en el modelo del tratamiento de las enfermedades agudas.
• Se basa en “controlar la enfermedad”, sin tener en cuenta que en la acción de controlar se puede afectar el sentimiento de bienestar general del enfermo.
• El proceso de aprendizaje se obvia, se minimiza, o se centra en brindar una información fisiológica que no dice nada concreto ni al paciente ni a su familiar.
• Se utiliza una comunicación directa y autoritaria para expresar “qué se debe” y “qué no se debe hacer” sin dar oportunidad de que el paciente exprese qué significa para él la enfermedad, qué hace realmente y por qué lo hace.
• El proveedor de salud es el especialista “que sabe todo” mientras el paciente “no sabe nada”. El proveedor de salud es el sujeto y las personas enfermas y sus familiares no tienen otra alternativa que ser “el objeto de aprendizaje”.
Esta es la estrategia perfecta para que las personas sean –en vez de actores- simples espectadores ante su propio problema y no resulta difícil entender por qué los proveedores de salud se sienten desalentados con la poca eficacia de sus acciones.

Reflexiones para una mayor eficacia en la educación terapéutica

La educación terapéutica podría ser más eficaz si se reconciliaran los polos de sus contradicciones mediante una nueva percepción que transforma la práctica de nuestra acción educativa. Citando a Paulo Freire –uno de los más importantes educadores del presente siglo– “Toda persona, no importa cuál sea su nivel o contexto socio-cultural, es capaz de analizar críticamente su situación y de reformar sus reflexiones a partir de las reflexiones de otro”, “nadie debe pensar por otro ni imponer sus pensamientos en los demás,” “como el hombre no existe aislado de su realidad, el inicio de todo proceso de aprendizaje debe partir de la situación diaria –que determina su percepción de los hechos– para que puedan comenzar a actuar”. “La persona o el grupo no son concebidos como receptores de información sino como productores de información, información que ha de ser compartida y perfeccionada para alcanzar la acción y el cambio”.

Si aplicamos estos principios a la educación terapéutica se impone un cambio tanto en los objetivos como en los métodos de enseñanza/aprendizaje. Este modelo exige:
– Un enfoque centrado en la persona y no en la enfermedad.• Debe entregarse a la persona enferma su función protagónica. Nadie mejor que ella para iniciar la discusión sobre el tema, desde sus propias percepciones, sus ansiedades, sus necesidades reales y sentidas y sus vivencias.
• Conociendo que la presencia de una enfermedad crónica provoca cierto grado de frustración del paciente ante la incapacidad médica para resolver el problema de manera definitiva es fácil comprender que una percepción emocional negativa en esta etapa puede afectar la futura posición del paciente para afrontar la enfermedad.
• El proveedor de salud será un facilitador del encuentro con el problema y sus vías de solución, observará y caracterizará el modelo individual de afrontar la enfermedad y no asumirá una posición de experto "conocedor de todo sobre el tema" pero ajeno a la angustia que provoca la realidad o la posibilidad de una complicación que afecta no solo la perspectiva sobre la enfermedad, sino también aquella sobre la vida social y las relaciones personales.
• También se debe recordar que una conducta terapéutica puede ser ajena –o más grave aún- contraria a los hábitos de vida establecidos durante años. Mejor que culpar a los pacientes por su falta de adhesión al tratamiento será ayudarles a identificar los métodos más eficaces para que tomen conciencia de sus necesidades de salud y actúen en consecuencia.
• En el seguimiento a largo plazo, la persona sólo aceptará la restricción impuesta por un tratamiento si es capaz de percibir las posibilidades de riesgos o efectos indeseables que implicaría no asumir esta restricción. Mientras el enfermo no esté consciente de los riesgos que enfrenta y no se considere susceptible de complicaciones, difícilmente se adherirá a los requerimientos terapéuticos, pues no valorará sus beneficios.La percepción individual es por tanto elemento básico para la acción y está fuertemente influenciada por la estructura de personalidad, las creencias de salud, la situación psicosocial y el nivel cultural, así como por la comprensión, destrezas y confianza que tengan ante el cuidado diario.
• Este proceso de concientización debe realizarse muy cuidadosamente para lograr el adecuado equilibrio entre la percepción de riesgo y las barreras percibidas para afrontarlos. Una percepción de riesgo separada de la capacidad de afrontarlo sólo provocaría temores que pueden conducir a la depresión o a la negación de la enfermedad y afecta tanto el estado emocional como la respuesta adaptativa ante la enfermedad.
• La educación terapéutica ha de ser capaz de desarrollar la percepción de riesgo junto con las capacidades prácticas para afrontarlas y en este escenario, el papel protagónico no lo tiene ni la enfermedad ni el proveedor de salud con sus conocimientos especializados. El centro de la Educación Terapéutica está en la persona enferma.
– Un contenido general adaptado a la necesidad individual.
Lo primero ha tener en cuenta al decidir el contenido de la educación terapéutica son las características particulares de cada PERSONA. No hay un enfermo igual a otro. El sexo, la edad, el nivel de escolaridad influyen en el nivel de comprensión o en la respuesta conductual ante el problema. La duración de la enfermedad es otro factor a tener en cuenta. No puede abordarse el tema de igual manera para los pacientes que se inician con la enfermedad que para aquellos que ya superaron la primera etapa de adaptación.

– Un proceso de enseñanza-aprendizaje que abarque al hombre integralmente: soma, psiquis y entorno social.
Conociendo que la percepción es la etapa que precede a la responsabilidad y la acción y que los signos de depresión en estas personas se relacionan más que con la severidad de la enfermedad, con la impresión individual que cada uno tiene sobre las cargas que representa vivir con una ENT, el proceso de enseñanza/aprendizaje no puede limitarse al conocimiento, debe actuar más sobre los sentimientos y las reacciones emocionales del paciente.Hay que tener en cuenta que la persona enferma no está aislada de su entorno. Familiares y amigos influyen en sus determinaciones y la educación terapéutica debe tenerlo en cuenta. Hay que evitar limitaciones innecesarias en la incorporación social.
– Métodos y técnicas de participación.
Más eficaces que la charla o la clase informativa, resultan las técnicas de participación que enfrentan al enfermo con situaciones previamente establecidas o con inquietudes que ellos plantean, los ayudan a identificar el problema y a buscar las posibles vías de solucionarlo, compartiendo opiniones de unos y otros a partir del conocimiento previo y la experiencia cotidiana.

Deben combinarse las actividades en pequeños grupos con la educación individual, ambas apoyadas con material impreso que destaque, sencilla y gráficamente, los aspectos principales del contenido educativo. Así se aprovechan las ventajas de los diferentes métodos y técnicas educativas. Las primeras tienen la ventaja de la influencia del grupo en el individuo, de la coproducción del mensaje entre todos. La segunda facilita la respuesta a la percepción y necesidad particular.
También deben propiciarse ambientes lúdicos que faciliten la manifestación espontánea y la expresión natural.

La materia siempre se abordará en la interrelación del control y los cuidados específicos para lograrlo procurando que la actividad se centre más que en la simple transmisión de información, en el desarrollo de destrezas prácticas y en el reforzamiento de conductas adecuadas. Nada mejor que guiarlos a la concientización de que ocuparse del autocuidado hoy garantiza un mañana sin preocupaciones.

El mensaje educativo debe dejar bien claras y definidas las orientaciones sobre qué, por qué y cómo hacer con un lenguaje muy sencillo, preciso y concreto. La clave está en el saber escuchar y reformular lo expresado para después guiar hacia la confrontación y el análisis que finalmente permita la búsqueda de alternativas de solución.
– Un proceso de evaluación continuada.
Los programas de educación terapéutica deben llevar implícito un proceso de evaluación continuada, que tendrá en cuenta la detección de necesidades educativas (evaluación diagnóstica), la valoración de la eficacia del programa (evaluación de proceso) así como la determinación de su repercusión en los índices de salud y en la calidad de vida de las personas enfermas (evaluación de impacto).



En conclusión, el seguimiento a largo plazo de los enfermos crónicos requiere un abordaje integrador con un enfoque médico social que permita a los proveedores de salud a sobrepasar la visión biológica y la actualización clínica para buscar métodos y técnicas que, junto al control del trastorno fisiológico, ayuden a estas personas a reflexionar sobre lo que es mejor para su salud y cómo aprenderlo, a partir de la experiencia diaria. Lo primero es centrar la acción en el hombre y no en la enfermedad o en el funcionamiento fisiológico del órgano dañado. Lo segundo es no suplir el papel activo y responsable que cada persona debe tener ante el desarrollo de su estado de salud. Lo tercero, buscar métodos que desarrollen la capacidad individual para afrontar el cuidado diario y tomar decisiones adecuadas. No hay duda que, hasta hoy, el proveedor de salud está mejor formado para seleccionar un buen programa terapéutico que para desarrollar con eficacia un programa de educación terapéutica. El problema es que, en lo que a enfermos crónicos respecta, no se trata de curar una enfermedad sino de enseñar a la persona con determinada enfermedad a cuidarse y una persona es mucho más que el funcionamiento de un sistema biológico, o el daño de determinado órgano de ese sistema.
La eficacia de la educación terapéutica dependerá, en resumen, de su unión indisoluble al cuidado clínico y de su concepción en un modelo diferente de gestión de salud donde el encuentro entre proveedor de salud y enfermo se establezca en una relación horizontal y dinámica, de escucha activa y distribución de responsabilidades, que uno sea interlocutor del otro y marchen unidos en la búsqueda del bienestar general.

lunes, 21 de julio de 2008

SINDROME DE BERNOUT ¿Cuáles son las señales a las que debemos estar atentos?



Las vinculaciones posibles entre trabajo y salud datan desde hace ya 300 años. Bernardo Ramazzini en su “De morbis artificum diatriba” (1701) ya publicaba sus observaciones sobre esta relación.
Si bien el trabajo hoy es considerado imprescindible para una “vida saludable” (retribución económica, hecho social, realización de la persona, progreso de la comunidad), puede estar acompañado de “alteraciones del estado de salud” derivadas de las condiciones y medio ambiente donde el trabajo se desarrolla.
Existen condiciones particulares que determinan epidemiológicamente al equipo de salud como grupo especialmente vulnerable frente a los riesgos de las labores que realiza, agravado por la ausencia histórica de reconocimiento institucional específico de dichos riesgos.
Los integrantes del equipo de Salud Mental y en particular los vinculados permanentemente con enfermedades crónicas o terminales están expuestos a sobrecargas traumáticas que pueden tener implicancias en:
• • La capacidad de realizar la tarea en forma adecuada
• • El bienestar emocional
• • La vida particular
• • La comunidad
El interés por el cuidado de los profesionales que realizan prevención es un tema que no podemos obviar en este curso, ya que los trabajadores de la salud y en este caso específicamente los psicoterapeutas dedicados a la oncología, si trabajan mal, sin los cuidados y las precauciones necesarias, pueden llegar a sufrir un desgaste al punto de enfermar y darse cuenta cuando quizás sea tarde.


Informe de la Organización Mundial de la Salud
El informe sobre la salud en el mundo, elaborado por la O.M.S. en el año 2000, está dedicado a evaluar la calidad de los sistemas de salud y como proceder a su mejora. En él se señala que los recursos humanos de un sistema de salud son vitales para el buen funcionamiento del sistema, y para conseguir que éste ofrezca una buena calidad del servicio.
El informe recomienda cuidar los recursos humanos de las organizaciones de salud, pues si estos no se cuidan, ni se invierte en su mantenimiento, se deterioran rápidamente. Según la O.M.S., los trabajadores son el recurso más importante que posee un sistema de salud para lograr su eficacia porque ésta depende de los conocimientos, de las destrezas, y de la motivación de los profesionales que trabajan en ese sistema.
El informe también recomienda realizar una buena gestión y una correcta administración de los recursos humanos para conseguir que la inversión en salud sea equilibrada. Esa gestión debe considerar variables como la satisfacción con el salario, las oportunidades para el desarrollo de la carrera profesional y las condiciones de trabajo de los profesionales.

Las condiciones de trabajo de los profesionales de la salud tienen una influencia significativa sobre su calidad de vida laboral y sobre la calidad del servicio que ofrecen las organizaciones del sector sanitario. Consecuencias como la tasa de morbilidad y el absentismo de los profesionales están directamente ligadas a sus condiciones de trabajo. De igual manera, las actitudes que desarrollan los profesionales hacia los usuarios de la organización (pacientes) y el servicio que ofrecen están asociados a los riesgos laborales de su entorno laboral, siendo de especial relevancia en el sector sanitario los riesgos laborales de origen psicosocial debido a que los profesionales trabajan en continua interacción con personas.
Será necesario, entonces, incorporar la necesidad de diagnosticar y prevenir los riesgos psicosociales con el objetivo de erradicarlos y ofrecer entornos laborales más saludables. Pero para ello primero debemos conocer cuáles son.
Dentro de los riesgos laborales de carácter psicosocial, el síndrome de quemarse por el trabajo (o síndrome de Burnout) ocupa un lugar destacado, pues es una de las principales causas del deterioro de las condiciones de trabajo, y fuente de accidentabilidad y ausentismo.
Esta situación no puede pasar inadvertida para los administradores de recursos humanos del sector sanitario ni para los profesionales que deben conocer el proceso de este fenómeno y las estrategias para la intervención.
Sería esperable que las Instituciones y las políticas de Estado sean las primeras en preocuparse por el cuidado de los trabajadores de la salud, pero los tiempos administrativos no corren paralelos a nuestras necesidades inmediatas, por lo que es de sugerir que comencemos a cuidarnos nosotros mismos en nuestro medio laboral siendo el primer paso conocer el Síndrome de Burnout para poder identificarlo.

¿Qué es el síndrome de Burnout?
El síndrome de quemarse por el trabajo se define como una respuesta al estrés laboral crónico integrado por actitudes y sentimientos negativos hacia las personas con las que se trabaja y hacia el propio rol profesional, así como por la vivencia de encontrarse emocionalmente agotado. Esta respuesta ocurre con frecuencia en los profesionales de la salud y, en general, en profesionales de organizaciones de servicios que trabajan en contacto directo con otras personas (los usuarios de la organización).
La necesidad de conocer el síndrome de quemarse por el trabajo viene unida a la necesidad de comprender los procesos de estrés laboral, así como al reciente hincapié que las organizaciones de algunos países han hecho sobre la necesidad de preocuparse más de la calidad de vida laboral que ofrecen a sus empleados.
Actualmente, resulta necesario considerar los aspectos de bienestar y salud laboral a la hora de evaluar la eficacia de una determinada organización de salud, pues la calidad de vida laboral y el estado de salud física y mental que conlleva tiene repercusiones negativas sobre la organización, la calidad de atención y en definitiva: el propio paciente. Asimismo, la incidencia del síndrome de quemarse por el trabajo sobre los profesionales de la salud conlleva también repercusiones sobre la vida particular y la sociedad en general.
Desde un enfoque psicosocial el fenómeno ha sido conceptualizado como un síndrome de baja realización personal en el trabajo, agotamiento emocional y despersonalización.
Por baja realización personal en el trabajo se entiende la tendencia de los profesionales a evaluarse negativamente, y de forma especial esa evaluación negativa afecta a la habilidad en la realización del trabajo y a la relación con las personas a las que atienden. Los trabajadores se sienten descontentos consigo mismo e insatisfechos con sus resultados laborales.
El agotamiento emocional alude a la situación en la que los trabajadores sienten que ya no pueden dar más de sí mismos a nivel afectivo. Es una situación de agotamiento de la energía o los recursos emocionales propios, una experiencia de estar emocionalmente agotado debido al contacto "diario" y mantenido con personas a las que hay que atender como objeto de trabajo.
La despersonalización se define como el desarrollo de sentimientos negativos, de actitudes y conductas de cinismo hacia las personas destinatarias del trabajo. Estas personas son vistas por los profesionales de manera deshumanizada debido a un endurecimiento afectivo.
El síndrome de quemarse por el trabajo no debe identificarse con estrés psicológico, sino que debe ser entendido como una respuesta a fuentes de estrés crónico (estresores). En el contexto de las organizaciones sanitarias son estresores especialmente relevantes para el desarrollo del síndrome las relaciones sociales de los profesionales de la salud con los pacientes y sus familiares. El síndrome es un tipo particular de mecanismo de afrontamiento y autoprotección frente al estrés generado por la relación profesional-paciente, y por la relación profesional-organización.
Autores como Gil-Monte y colaboradores han señalado que esta respuesta aparece cuando fallan las estrategias funcionales de afrontamiento que suelen emplear los profesionales de la salud. Este fallo supone sensación de fracaso profesional y de fracaso en las relaciones interpersonales con los pacientes. En esta situación, la respuesta desarrollada son sentimientos de baja realización personal en el trabajo y de agotamiento emocional. Ante esos sentimientos el individuo desarrolla actitudes y conductas de despersonalización como una nueva forma de afrontamiento.
Así, el síndrome de quemarse por el trabajo es un paso intermedio en la relación estrés-consecuencias del estrés de forma que, si permanece a lo largo del tiempo, el estrés laboral tendrá consecuencias nocivas para el individuo, en forma de enfermedad o falta de salud, y para la organización.


Este síndrome en los profesionales de la salud se reconoce por la manifestación de una combinación de variables fisiológicas, psicológicas y conductuales:
Agotamiento físico
Fatiga
Resfríos/gripes a repetición
Alteraciones del apetito
Contracturas musculares dolorosas
Cefaleas
Taquicardia
Hipertensión
Disfunciones sexuales
Insomnio
Trastornos gastrointestinales
Ulceras


A su vez estos síntomas podrían dividirse en cuatro estadios de evolución:
Ø Leve:
Quejas recurrentes – Cefaleas – Dolores de espalda – síntomas físicos vagos – Cambios en el carácter. La persona no puede realizar el trabajo, sueña con pacientes, se vuelve no operativo.
Ø Moderado:
Insomnio – Dificultad para concentrarse – Dificultad en las relaciones interpersonales – Variaciones en el peso – Disminución de la libido – Pesimismo – Automedicación.
Ø Grave:
Aumento del ausentismo – Disminución notable en la productividad – Sensación de disgusto, rechazo o aversión – Baja autoestima – Abuso de alcohol o psicofármacos. Cinismo como forma de negación de los problemas que se incrementan.
Ø Extremo:
Aislamiento – Sentimiento de pena/tristeza - Riesgo suicida importante – Crisis existencial (no le encuentra sentido al trabajo ni a la profesión) – Sensación de fracaso. En algunos casos puede llegar al suicidio.

Factores predisponentes y desencadenantes
El síndrome de Burnout tendrá mayor posibilidad de ser desarrollado por profesionales en los que inciden especialmente estresores como: la escasez de personal, que supone sobrecarga laboral, trabajo en turnos, trato con usuarios problemáticos, contacto directo con la enfermedad, con el dolor y con la muerte, falta de especificidad de funciones y tareas, lo que supone conflicto y ambigüedad de rol, falta de autonomía y autoridad en el trabajo para poder tomar decisiones, rápidos cambios tecnológicos, etc.
Una taxonomía de esos estresores permite identificar cuatro niveles:
a) en el nivel individual, la existencia de sentimientos de altruismo e idealismo lleva a los profesionales a implicarse excesivamente en los problemas de los pacientes, y convierten en un reto personal la solución de los problemas. Consecuentemente, se sienten culpables de los fallos, tanto propios como ajenos, lo cual redundará en bajos sentimientos de realización personal en el trabajo y alto agotamiento emocional.
b) En el plano de las relaciones interpersonales, las relaciones con los pacientes y con los compañeros de igual o diferente categoría, cuando son tensas, conflictivas y prolongadas, van a aumentar los sentimientos de quemarse por el trabajo. Asimismo, la falta de apoyo en el trabajo por parte de los compañeros y jefes, o por parte de la dirección o de la administración de la organización son fenómenos característicos de estas profesiones que aumentan también los sentimientos de quemarse por el trabajo.
c) Desde un nivel organizacional, los profesionales de la salud trabajan en organizaciones que responden al esquema de una burocracia profesionalizada. Estas organizaciones inducen problemas de coordinación entre sus miembros, sufren la incompetencia de los profesionales, los problemas de libertad de acción, la incorporación rápida de innovaciones, y las respuestas disfuncionales por parte de la dirección a los problemas organizacionales. Todo ello resulta en estresores del tipo de ambigüedad, conflicto y sobrecarga de rol.
d) Por último, en el entorno social, se encuentran como desencadenantes las condiciones actuales de cambio social por las que atraviesan estás profesiones (la aparición de nuevas leyes y estatutos que regulan el ejercicio de la profesión, nuevos procedimientos y exigencias en la práctica de tareas y funciones, cambios en los programas de educación y formación, cambios en los perfiles demográficos de la población que requieren cambios en los roles, aumento de las demandas cuantitativa y cualitativa de servicios por parte de la población, pérdida de estatus y/o prestigio, etc.).

Recomendaciones para la prevención
En el nivel individual, (el que nos concierne directamente y en primera instancia) el empleo de estrategias de afrontamiento de control o centradas en el problema previene el desarrollo del síndrome de quemarse por el trabajo. Por el contrario, el empleo de estrategias de evitación o de escape facilita su aparición. Dentro de las técnicas y programas dirigidos a fomentar las primeras se encuentran el entrenamiento en solución de problemas, el entrenamiento de la asertividad, y del entrenamiento para el manejo eficaz del tiempo. También pueden ser estrategias eficaces el dejar de lado los problemas laborales al acabar el trabajo, tomar pequeños momentos de descanso durante el trabajo y marcarse objetivos reales y factibles de conseguir.

En el nivel grupal e interpersonal las estrategias pasan por fomentar el apoyo social por parte de los compañeros y jefes, evitando trabajar aisladamente. Este tipo de apoyo social debe ofrecer apoyo emocional, pero también incluye evaluación periódica de los profesionales y retroinformación sobre su desarrollo del rol.

Por último, en el nivel organizacional, la dirección de las organizaciones debe desarrollar programas de prevención dirigidos a mejorar el ambiente y el clima de la organización. Como parte de estos programas se recomienda desarrollar programas de socialización anticipatoria, con el objetivo de acercar a los nuevos profesionales a la realidad laboral y evitar el choque con sus expectativas irreales. También se deben desarrollar procesos de retroinformación sobre el desempeño del rol. Junto a los procesos de retroinformación grupal e interpersonal por parte de los compañeros, se debe dar retroinformación desde la dirección de la organización y desde la unidad o el servicio en el que se ubica el trabajador. Además, es conveniente implantar programas de desarrollo organizacional.

Los administradores de recursos humanos en el ámbito de la sanidad deben ser conscientes de que la primera medida para evitar el síndrome de quemarse por el trabajo es formar al personal para conocer sus manifestaciones. Pero, además de considerar programas que impliquen la adquisición de conocimientos, los intentos de intervención deben incorporar otras acciones. Las estrategias para la intervención deben contemplar tres niveles:

(a) considerar los procesos cognitivos de autoevaluación de los profesionales, y el desarrollo de estrategias cognitivo-conductuales que les permitan eliminar o mitigar la fuente de estrés, evitar la experiencia de estrés, o neutralizar las consecuencias negativas de esa experiencia (nivel individual),
(b) potenciar la formación de las habilidades sociales y de apoyo social de los equipos de profesionales (nivel grupal) y,
(c) eliminar o disminuir los estresores del entorno organizacional que dan lugar al desarrollo del síndrome (nivel organizacional).

El objetivo de estos programas se centra en mejorar el ambiente y el clima organizacional mediante el desarrollo de equipos de trabajo eficaces. Otras estrategias que se pueden llevar a cabo desde el nivel organizacional son reestructurar y rediseñar del lugar de trabajo haciendo participar al personal de la unidad, establecer objetivos claros para los roles profesionales, aumentar las recompensas a los trabajadores, establecer líneas claras de autoridad, y mejorar las redes de comunicación organizacional.




Síntesis Módulo 6 del curso de capacitación " Atención Psicoterapéutica Preventiva en Oncología -psicoprofilaxis quirúrgica, en quimioterapia y terapias radiantes" Dictado por la Dra. Viviana Salas y el Lic. Marcelo Gatto

Bibliografía utilizada:
1. Bermann S. “Fatiga, estrés, desgaste laboral “ Cuadernos médico sociales. Nº51. Buenos Aires 1990.

2. Grecas J., Fernández Monsalve L. “Tratamiento de la enfermedad de Tomas” Revista Medicina Clínica. Vol93 Nº15. Buenos Aires 1988.

3. Gil-Monte y Peiró, “Desgaste psíquico en el trabajo: El síndrome de quemarse” Síntesis, Madrid, 1997.

4. Gatto, M. “La salud del equipo de salud”
www.psicooncologia.org, Buenos Aires, 2000.

5. Hombrados I. (comp) “Estrés y Salud” Capítulo 7 “Burnout: Estrés en las organizaciones”. Promolibro. Valencia 1997.

6. Lederberg M. “Oncology staff stress and related interventions” cap. 89 Psycho-oncology by Holland J. Oxford University Press. New York 1998.

7. Luban-Plozza B. y col. “El enfermo psicosomático en la práctica” Herder. Barcelona 1997.

8. Meeroff M. “Enfermedad laboral del médico. Síndrome de Tomas y Burn out”. Revista de la Asociación Médica Argentina. Vol110 Nº2. Buenos Aires 1997.

9. Segura E., Figueroa N. y otros. “El estrés del equipo de salud”. Revista Medicina y Sociedad. Vol21 Nº1. Buenos Aires 1998.



jueves, 17 de julio de 2008

¿DE QUE HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE INSTAURAR UNA CULTURA DEL CUIDADO?

Resumen del encuentro “Cuidar y educar en tiempos difíciles”

Acerca de la reciente charla de Rolando Martiñá en el Espacio Telefónica.


Cuidar y educar en tiempos difíciles es una tarea delicada y compleja que requiere instaurar una "Cultura del Cuidado" desde la familia y la escuela. De esta manera, y sustentándonos en algunos valores fundamentales, podremos convertir a los procesos educativos en herramientas útiles para contrarrestar las tendencias individualistas y los episodios de violencia escolar.
Los tiempos siempre fueron difíciles de algún modo, especialmente para criar y educar niños. En el siglo XX, especialmente a partir de la Segunda Guerra, se plantean una serie de rápidas y profundas transformaciones que pueden resumirse en tres grandes procesos: La Revolución tecnológica, la Revolución femenina, y la Revolución juvenil.
En los tres casos, se trata bruscos incrementos de autonomía que redundan en que parecemos "crear más información de la que podemos absorber, alentar mayor interdependencia de la que podemos administrar e impulsar cambios con una celeridad que nadie puede seguir". De esta manera aparece el "efecto bisagra" o realimentación paradojal, que supone que de causas buenas surgen efectos malos y viceversa, lo que implica que debemos hacernos cargo no sólo de los problemas sino también de los efectos no deseados que acarrean las medidas que proponemos para resolverlos.
Entre los efectos no deseados se encuentra la alteración de las relaciones intergeneracionales, que subyacen a cualquier proceso educativo sistemático, ya sea en el ámbito familiar como en el escolar. Sucede que la antigua asimetría de poder y de conocimiento se ha quebrado y los beneficios de una mayor autonomía, paradójicamente, trastornan de modo incomprensible la relación entre adultos y jóvenes.
De la "Cultura del Cumplimiento", propia de las sociedades tradicionales entradas en crisis a partir de la segunda posguerra, hemos pasado a su opuesta pero equivalente: la "Cultura de la Trasgresión". El lema "lo que no está prohibido es obligatorio" ha sido reemplazado por el lema "prohibido prohibir", y en esta oscilación nos hallamos aún empantanados. Frente a ello proponemos la alternativa de la "Cultura del Cuidado", basada en los aspectos legítimos de las otras dos culturas (el afán de orden y el afán de libertad) pero enmarcados en el paradigma del Cuidado de la Supervivencia que se sustenta básicamente en el Cuidado de la Convivencia.
Actualmente, el clásico triángulo padres- niños- maestros ha visto alterada su antigua funcionalidad por haberse desdibujado la alianza entre adultos acerca de las formas correctas para educar a los chicos. A esta cuestión debe sumársele la aparición de una tercera instancia socializadora: los medios masivos. Si bien no tienen intención de educar, cuentan con recursos muy poderosos y una capacidad de influencia en la mente de las personas difícilmente igualable por otro medio, ya sea humano o técnico.
Según algunas investigaciones, para que un niño crezca razonablemente sano se requieren ciertas condiciones básicas que se consolidan sobre la base de tres alianzas fundamentales: 1) La que se establece entre dos individuos con diferentes historias, expectativas y recursos, que deciden continuar la vida juntos y deben negociar lo necesario para que eso sea posible; 2) La que esa pareja debe establecer, en cuanto padres, respecto de sus hijos, así como las responsabilidades recíprocas entre ellos y respecto de los menores a cargo; 3) La que la familia como unidad (sea cual fuere la estructura que adopte), debe establecer con otras instituciones del ámbito social, con la aceptación de la diversidad que eso supone. En particular, la alianza familia-escuela.
Son múltiples los desafíos que actualmente deben afrontar ambas instituciones, en especial porque no siempre les resulta fácil considerarse socios en lugar de rivales. Una de las cuestiones más acuciantes es el fenómeno lamentable del "bullying" o acoso escolar entre pares, que ocurre a espaldas de los adultos responsables y puede llegar ocasionar daños físicos o psíquicos de gravedad. Es un tema arduo y muy nuevo en el ámbito reflexivo, que seguramente merecerá atención especial en los próximos tiempos.
Cuando se constatan este y otros problemas que afectan a la convivencia ciudadana, suele hablarse de problemas de educación. A través de un deslizamiento frecuente suele traducirse como problemas escolares, lo que genera un círculo vicioso paradojal al endosársele a la escuela -ya de por sí bastante exigida- que resuelva cuestiones que ninguna otra instancia social parece ser capaz de resolver y para la cual suele carecer de los recursos apropiados.
En general, estos reclamos van acompañados de apelación a valores que dificultan la toma de decisiones en situaciones conflictivas. Todos estamos de acuerdo en que es mejor el amor que el odio y la solidaridad que la discriminación, pero a la hora de resolver los conflictos humanos las cosas no son tan claras, ya que los valores suelen formar parte de un conglomerado no siempre homogéneo integrado por elementos susceptibles de entrar en conflicto. Esto se verifica cuando, por ejemplo, decimos una mentira piadosa: reconocemos la tensión entre valores y elegimos el valor piedad, por sobre el valor verdad.
En el afán de contribuir a plantear las cosas de un modo más efectivo, proponemos una serie de valores- creencias- actitudes susceptibles de aprendizaje, tanto en el ámbito familiar como extrafamiliar. Se basan en los que consideramos "Valores de la Civilización", entendidos como aquellos requisitos fundadores de la convivencia humana y, en último término, garantes de su supervivencia.
Según estos requisitos, consideramos más civilizado a quien:
Tiene modos menos violentos de resolver las controversias.
Tiene una mirada de largo plazo sobre lo que es más conveniente para sí mismo y para el conjunto.
Reacciona de un modo proporcional a las causas de su conducta.
Controla mejor sus impulsos y hace prevalecer la colaboración por sobre la rivalidad.
Cumple más y mejor sus acuerdos y compromisos y favorece así la confianza mutua y la reciprocidad.
Asume plenamente la existencia de los otros y el hecho de que su conducta los afecta porque puede ponerse en lugar de ellos.
Es responsable de las consecuencias de sus decisiones.
Es capaz de distinguir la reciprocidad, reconoce el bien que recibe y el mal que ocasiona.
Es capaz de privarse de cometer actos que perjudiquen el bienestar de los otros o el sentido de la situación que comparten.
Acepta la Ley, como principio ordenador supremo de los intercambios humanos.


Resulta imprescindible empezar a revisar que es lo que hacemos... nuestros hijos y nuestros alumnos nos están mirando... y aprenden de nuestro ejemplo.
Este video es fuerte... pero me pareció importante utilizarlo como disparador para la reflexión... si queremos instaurar una cultura del cuidado... lo primero es mirar para adentro y ver que estamos haciendo con nosotros mismos y de que manera influimos en ellos...